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ARQUITECTOS SOCIALES
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El camino que me llevó a participar en proyectos de arquitectura y
urbanismo con un enfoque más social, se debe tanto a una expe-
riencia de vida dirigida como a una cierta sensibilidad heredada.
Mi padre José Pablo, de profesión administrador, trabajó durante
unos cuarenta años desempeñando un papel importante en el
área de recursos humanos dejando atrás su marca, estableciendo
un mejor método de capacitación interna para el Instituto Costa-
rricense de Electricidad (I.C.E.). Mi madre Vilma, trabajadora social
jubilada, formó parte del Patronato Nacional de Infancia (P.A.N.I)
asistiendo a lugares de alta complejidad social en Costa Rica. Por
el otro, lado una influencia importante para escoger profesión fue
mi tía Sonia, arquitecta que formó parte del Instituto de Fomento
y Asesoría Municipal (I.F.A.M) varios años y después como alcalde-
sa del Cantón de Montes de Oca de la Ciudad Capital, San José.
Es decir, fue determinante para mí desde el contexto familiar
tener cerca personas que dedicaron su vida al trabajo en el estado
y creer en ello como impulso a la sociedad. Al ingresar a la Escuela
de Arquitectura de la Universidad de Costa Rica, mantuve una
relación más íntima con la parte artística de la profesión, tenien-
do inclusive un breve tránsito por la Escuela de Bellas Artes de la
misma Universidad. En ese momento pensé que esta iba a ser
una de las ramas alternativas a la arquitectura que iba a reforzar,
sin embargo esto cambió cuando dejé Costa Rica para realizar un
intercambio en Buenos Aires, Argentina.
Dirigí una primera apertura hacia este rumbo al llegar a este país
en el 2008, el día que como estudiante de intercambio entré en
la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA. El estilo de fa-
cultad volcada a otras disciplinas de diseño y urbanismo también
venía acompañada de una relevancia social que no había visto
tan abiertamente aplicada en mi facultad de origen. El impacto
y accesibilidad de la FADU me llevó a encontrar gran cantidad de
oferta para pasantías e investigaciones de muchos tipos.
Una vez cursando me encontré coincidentemente en una materia
de la Cátedra Fernandez Castro, siendo la misma que buscaba
pasantes para el proyecto de la Villa 31, sobre la cual yo ya había
escuchado antes, pero que desde ese momento y en adelante fue
mejor llamada y conocida para mí como Barrio Carlos Mugica.
Después de haber participado brevemente del anteproyecto o
idea que llevaba casi una década de desarrollo por parte de pro-
fesores investigadores y pasantes en la UBA, mi relación fue con
una idea bastante madura ya del Barrio y acabé participando más
bien en una etapa de reajuste de detalles.
Al realizar esta pasantía empecé a observar una nueva manera
de considerar los espacios olvidados y sin resolver de la ciudad, ya
no desde una perspectiva asistencialista o puramente habita-
cional (nunca me interesó mucho la vivienda social como forma
constructiva aislado de su contexto urbano, o rural) sino también
desde una mirada hacia el espacio público, sus equipamientos y su
inserción en un recorte mayor de ciudad.
Concluída esta experiencia, fue en un viaje de vacaciones a Río de
Janeiro, Brasil, donde la influencia en esta ruta fue mucho más
evidente. Viajamos con un colega también de intercambio, pero de
Francia, Adrien Ravon (y que actualmente es investigador del
Think
TankWhy Factory
de MVRDV, en Delft, Holanda) y nos encontramos
con Isabela Estévez, otra arquitecta de origen carioca que estudió
en Francia, que en su momento estaba realizando su pasantía en el
estudio del Arq. Jorge Mario Jáuregui, de quien yo había escuchado
por su participación en las primeras propuestas de la 31.
Fue ahí donde decidí experimentar este nuevo ángulo de la
disciplina para mí antes desconocida, en el ámbito de la práctica.
Envié mis datos al Arq. Jáuregui, que me respondió con un simple
y directo “te estamos esperando”. De ahí comencé como pasante
extranjero junto a otros compañeros más de varios países, hasta
que algún tiempo de involucramiento en los proyectos, me llama-
ron a participar como parte del equipo del Estudio en la Obra, en el
Proyecto del
Complexo de Manguinhos
. En su momento el cantero
de obra se encontraba dentro de un antiguo predio militar, donde
se había reformado una escuela como primera obra dentro del
Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC) del entonces go-
bierno del presidente
Lula
da Silva, en el año 2009. Este lugar a su
vez fue recuperado posteriormente para dentro de él contener el
proyecto de la Biblioteca, Parque Cívico, Unidades Habitacionales y
Centro de Juventud, además del proyecto de la Rambla y tren ele-
vado que estaba comenzando a ejecutarse y por el cual Jáuregui
fue invitado a una exposición colectiva llamada
Small Scale, Big
Change
en el Moma de Nueva York.
Al haber concluido esta experiencia en Río de Janeiro, volviendo
ahora a Buenos Aires en el año 2010 fui invitado como consultor
del Programa de Urbanismo Social, dependiendo del Ministerio de
Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires, cuyo objetivo era
crear una base de datos única sobre las Villas y Asentamientos del
Conurbano Bonaerense. Allí tuve la oportunidad de trabajar con
otros profesionales como sociólogos, trabajadores sociales y psicó-
logos sociales quienes, en conjunto con otros arquitectos, iríamos
conformando estas informaciones cartográficas y digitales de
varios barrios a nivel censal, llegando a entrar en contacto con
una realidad desde la investigación y relevamiento, más que de la
experiencia proyectual anterior.
En una de mis visitas a Costa Rica, entré en contacto con un ex-co-
lega de la facultad y amigo, el Arq. Alejandro Vallejo, quien me invitó
a relatar esta experiencia en la Universidad Veritas y en la Universi-
dad Latina en las escuelas de Arquitectura correspondientes.
Arq. Mauricio Slon